Plagas del verano

LA menos molesta es la de las medusas, quizá porque la fugitiva urticaria es menos sonrojante que la vergüenza. Hoy empieza el agosto «augusto y lento» y hace algunas fechas que las medusas se han instalado en nuestras playas. De niños le llamábamos «agua cuajá». Tienen algo de 'gintonic' circular y de mocos de nereidas ociosas. Son unos bichos raros. La llamada Madre naturaleza se permite algunos caprichos perfectamente estúpidos y el mar, que tiene mucha experiencia, en vez de conseguir que se multiplique el número de cigalas, lo que ha conseguido es aumentar el número de medusas. No obstante no es eso lo que hay que reprocharle por estas fechas, sino que prodigue todos los veranos la cifra de humanos parásitos. En invierno se difuminan más, pero ahora están en todas partes, preferentemente en las revistas y en los periódicos y no hay forma de pasar una página sin encontrarnos con un gilipollas, aristócrata o adosado, ni con un miembro de la familia real o irreal.

Al mismo tiempo que la Costa del Sol se llena de futuros parados y que a nuestro decaído ministro Solbes le quieren controlar las cuentas y el Banco de España ratifica el crecimiento nulo del PIB, aparecen más impúdicos señores adinerados en traje de baño, generalmente a bordo de un yate. Algunos muestran a sus encantadores vástagos y otros a sus nuevas señoras, que no siempre mejoran a la anterior, pero ya se sabe que en la variación está el gusto. En realidad, lo que nos gustaría es que estos famosillos de sangre colorada y estos aristócratas de insólita hemoglobina azul, fueran más discretos. Quienes no creemos más que en la aristocracia de la inteligencia y del trabajo -lo que todavía constituye en España una extravagancia- nos aburrimos mucho en verano. Estos señores y sus móviles parejas ocupan todas las páginas. Preferimos a las medusas.