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A PIE DE CALLE. Las prostitutas abordan a los transeúntes.
La trastienda de Puerto Banús
OCIO. LOS PROBLEMAS DE UN ENCLAVE EMBLEMÁTICO

La trastienda de Puerto Banús

La máxima expresión del lujo marbellí tiene su cara más sórdida a escasos metros, los que van desde el Muelle de Rivera, la zona más fastuosa, hasta la conocida como 'calle del infierno', hábitat de prostitutas y camellos

TEXTO: MARÍA JOSÉ CRUZADO

Domingo, 1 de junio 2008, 12:44

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A las doce de la noche la gente guapa -pijos ibicencos, maduritas cargadas de oro, jovencitas con aspiraciones a modelo- empiezan a abarrotar los restaurantes y los bares de copas del Muelle de Rivera de Puerto Banús. Una joven apoya el daiquiri sobre un lamborghini mientras comenta con acento extranjero los metros de eslora de un yate de lujo amarrado a puerto. Conforme avanza la noche se hace casi imposible transitar por la primera línea de costa. De un momento a otro se convierte en un macrobotellón de lujo. A un lado el mar; al otro, firmas como Jimmy Choo con un solo zapato en el centro de un enorme escaparate iluminado por neón.

Si no fuese por la postal que completan los mástiles de los yates, el paisaje comercial podría confundirse con el Rodeo Drive californiano, la Quinta Avenida neoyorquina o cualquier zona comercial de categoría en Londres o París.

Pero no. Estamos en Puerto Banús en la noche de un fin de semana. Zona y momento de contrastes. El siguiente impulso es dar la vuelta a la esquina, a la avenida de Riviera. El paisaje está a punto de cambiar de forma radical.

Otro ambiente. Sólo 20 metros separan el paraíso del averno. Estamos ahora en la calle posterior del recinto. Da igual su nombre. Ya se la conoce como 'la calle del infierno'. Pronto se descubre por qué. Sexo y drogas se ofrecen sin el menor pudor. Es una Sodoma y Gomorra moderna en las que las prostitutas y sus chulos son los amos del territorio. Ellas abordan directamente a los transeúntes. A todos. Incluso a los matrimonios cogidos del brazo que en ese momento aprietan el paso escandalizados por el descaro y seguramente convencidos de que equivocaron el lugar elegido para dar un tranquilo paseo tras la cena.

Seguridad pública

El paisaje en nada se parece al que cabe esperarse de un destino turístico de lujo. No se trata de un problema de moral privada, sino de seguridad pública. Y de prestigio para una ciudad que vive de su imagen.

Proxenetas de distinto pelaje, ya sean ratas de calle o chupasangres de burdel selecto, están siempre al acecho y es rara la noche que no protagonizan un altercado con algún cliente borracho que quiere una rebaja en el precio. A esta fauna se unen los forzudos de gimnasio convertidos en vigilantes de seguridad, los vendedores ambulantes de falsificaciones a las puertas de los comercios donde se comercializan los originales, los camellos que ofrecen un amplio surtido de drogas de diseño y los niñatos moteros que buscan camorra.

Amanda -nombre ficticio, por supuesto- es una prostituta colombiana. Cobra 150 euros por media hora de trabajo, la mitad de la tarifa de las profesionales de Europa del Este. «Son las que van de guapas, el rubio vende ¿sabes?», explica. Pero a las cuatro de la madrugada también las guapas bajan la tarifa: 100 o 150 euros son suficientes, aunque en muchos casos abordan a los turistas ingleses, ya bastante bebidos, no para llevarlos a la cama sino para robarles la cartera. A veces la víctima no percibe que está siendo robada. Pero si se da cuenta y reacciona con ímpetu, la bronca está asegurada. Aparece el chulo de turno y comienza la pelea. Puñetazos y navajazos forman el paisaje de cada madrugada. Y en una calle abarrotada no sólo peligra el físico de los participantes en la reyerta.

Y ahí comienza otro problema. Cuando el visitante, ya convencido de que se equivocó de lugar, quiere abandonar la 'calle del infierno', se encuentra con las salidas taponadas. Donde debería haber una vía de escape hay mesas abarrotadas de clientes. El incumplimiento de la normativa municipal es general. Muchos de los establecimientos carecen de medidas contra incendios, exceden el permiso de ocupación de la vía pública invadiendo totalmente la acera, no están insonorizados, e incumplen el horario de cierre nocturno. Una pequeña ciudad sin ley.

Esperando clientes

En el interior de los locales, bailarinas de 'streap-tease' amenizan la copa, a ocho euros mínimo. Los camellos esperan a los clientes a la salida. También los abordan, pero con más disimulo. Saben que la policía les pisa los talones así que en voz baja dicen a la nuca de posibles clientes aquello de «¿Quieres?» No hace falta más. La calle es peatonal, así que los coches no patrullan por esa zona. Tienen margen para salir corriendo, aunque no siempre lo consiguen. En la madrugada de un fin de semana puede haber miles de personas en Puerto Banús. Y eso complica más la persecución que la huida.

Los problemas de inseguridad en Puerto Banús, que han puesto en alerta a comerciantes, políticos y vecinos que quieren recuperar la imagen de lujo y diversión del que durante muchos años ha sido el emblema de Marbella, no ha surgido en los últimos meses, ni siquiera en los últimos años. La prostitución, la venta de drogas, de alcohol a menores, o el incumplimiento de la normativa municipal en materia de horarios, ruido o invasión de la vía pública de los establecimientos siempre han existido en Puerto Banús, pero es ahora cuando se han hecho visibles y han alcanzado unos niveles difíciles de tolerar. Un problema de forma que afecta a la imagen turística y de lujo del recinto, pero también de fondo, por el descenso en el volumen de negocios de los comerciantes de la zona y el aumento de la inseguridad ciudadana. Es una más de las muchas herencias envenenadas que ha recibido la ciudad.

Los expeditivos métodos durante los primeros años del gilismo ocultaron este tipo de actividades a la vista del turista aunque nunca llegaron a erradicarlas. Después, un Ayuntamiento dedicado a los negocios privados libró Banús a su suerte.

Recuperar el orden mínimo indispensable para que la zona más prestigiosa de Marbella no pierda definitivamente su patrimonio seguramente llevará su tiempo. Pero un simple paseo nocturno da elementos suficientes para percibir que se trata de una tarea urgente.

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