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Josu Jon Imaz
La salida de Imaz amenaza con enfriar las relaciones entre el PNV y los socialistas
ESPAÑA

La salida de Imaz amenaza con enfriar las relaciones entre el PNV y los socialistas

Urkullu, el posible sucesor del líder nacionalista que quería «cautivar a España», mantendrá un partido pactista pero más ortodoxo y tradicional

JOSÉ V. MERINO

Domingo, 16 de septiembre 2007, 04:22

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«Imaz se va». «¿Que Josu Jon se va?». «Se va». «¿De verdad?». «Sí». El miércoles, nadie se lo creía. No lo sabía Zapatero. Tampoco el grueso del PNV, el partido en el que milita desde joven y que preside desde hace cuatro años. Sus allegados lo temían, sin quererlo creer. La marcha de un dirigente distinto a los demás ha convulsionado el panorama político, en el País Vasco y en Madrid, y abre múltiples interrogantes.

De momento, y a modo de esbozo, los analistas vaticinan que el PNV de su previsible sucesor, Íñigo Urkullu, se va a parecer mucho más al que comandará Imaz hasta el 2 de diciembre que al que dirigiría en una hipótesis hoy inimaginable Joseba Egibar. El futuro dirigente también empuña la bandera de la transversalidad desde la convicción de que las urnas impiden fórmulas soberanistas, pero Urkullu no tendrá unas relaciones tan estrechas con los socialistas porque proviene de una tradición distinta a la de Imaz y su discurso es mucho más ortodoxo, menos arriesgado.

EL ORIGEN

Lo que ha pasado

Todo comienza en torno al verano de 2003. Los jóvenes nacionalistas vizcaínos -Íñigo Urkullu, entre ellos- comienzan a preparar la sucesión de Arzalluz con la intención de deshacerse de Egibar, su heredero. Este grupo convence a Josu Jon Imaz, que en principio se resiste pero al que dicen que se va a tratar de una lucha fácil y que incluso hay guipuzcoanos que no están con Egibar y estarán con él.

Pero las personalidades de los que empujan y del empujado son muy diferentes. Y ahí está la raíz de lo sucedido ahora. Los problemas empiezan cuando el todavía presidente del órgano de dirección del PNV comienza a usar con profusión ideas como «hay que cautivar a España», «¿por qué no colaborar un día con el PP?», «primero la paz y luego la política» -en lo que se interpreta como la mayor deslegitimación desde el nacionalismo del mundo de la violencia-; «una nación de ciudadanos» o la «transversalidad» desde la asunción de que el plan no es que todos los vascos se hagan nacionalistas, sino definir y construir la nación entre nacionalistas y quienes no lo son.

Evidentemente esto colisiona con quienes como Egibar propugnan una política de asimilación -«todos, tarde o temprano, se harán 'abertzales'»-. Pero también choca con quienes en el partido no quieren líos. E Imaz los ocasiona.

En este contexto llega el 15 de julio el artículo 'No imponer, no impedir', auténtica declaración de principios que Imaz alumbra solo, por su cuenta y riesgo. Sus compañeros empiezan a criticar en voz baja las formas utilizadas por el presidente del PNV: «No se hace en un artículo de prensa, eso va contra las costumbres del partido». En el texto, Imaz opta por poner el acento en la necesidad de repensar el nacionalismo desde la pluralidad.

El panorama es, a partir del silencio que se extiende sobre el artículo -sólo le apoyan en voz alta Azkuna o Anasagasti-, el siguiente: Egibar no cede, Ibarretxe está erre que erre y el grupo que catapultó a Imaz permanece callado, porque piensa que propone cosas para las que el partido aún no está maduro y que no terminan de calar, que «gustan más en Madrid que aquí».

Imaz ve, además, que en los foros vinculados al PNV, en los 'blogs', menudean los insultos personales contra él. Y hay un elemento clave en toda la polémica, Ibarretxe. La pelea interna ya no es entre Imaz y Egibar. De hecho, el destinatario de su artículo es Ibarretxe. El jefe del Gobierno es un hombre muy querido para el militante de a pie, que le ve como un dirigente vilipendiado, que ha sufrido el embate de mociones de censura, insultos, el previsible juicio por hablar con Batasuna... Pero Imaz nunca ha hecho seguidismo de Ibarretxe.

Justo después de las elecciones del 27 de mayo, hubo circunstancias que molestaron sobremanera a Imaz. Una en particular: el órgano de dirección del PNV pidió de forma expresa que no se hablara de pactos con el tripartito, pero Ibarretxe desoyó el consejo y dijo que había Gobierno a tres no sólo hasta 2009 sino también después.

Hay otro suceso que anima a Josu Jon Imaz a escribir su célebre artículo. El lehendakari organiza una comida con el grupo del PNV en el Parlamento vasco al iniciarse el verano y se suelta el pelo. Tras decir «ahora quiero hablar de trabajo», explica sus planes y, en general, los comensales le jalean. Les cuenta que quedan dos años de legislatura y que tras fracasar las conversaciones entre Zapatero y ETA, ha llegado el momento de que las instituciones vascas tomen el relevo y se hagan cargo de la situación. También comenta su empeño en la consulta popular.

De forma simultánea empieza a sonar la idea de que hay que ir a un candidato de consenso, una especie de 'mirlo blanco' que no es evidentemente Imaz sino Urkullu, al parecer ya preparado para tomar las riendas del partido. Imaz, que piensa sinceramente que una pelea abierta entre él, Egibar e Ibarretxe rompería el PNV, anuncia, de nuevo en la prensa, que lo deja, con la esperanza de que haya un segundo paso, la salida de Egibar.

ANTES Y DESPUÉS DEL ANUNCIO

La versión de Imaz

Bilbao, 12 de septiembre. En el curso de una entrevista con tres destacados líderes empresariales, horas antes de hacer pública su carta de despedida, Josu Jon Imaz les adelanta sus intenciones. Explica que no tenía la seguridad completa de ganar la contienda interna y que eso podría dar lugar a una división enorme. La solución ahora, agrega, pasa por Urkullu, lo que desactivará a Egibar y al 'egibarismo'. Niega que barrunte ser un día candidato a lehendakari, pero todos los presentes sacan la impresión de que no lo descarta porque llega a decir que Ibarretxe «no quiere estar toda la vida». En suma, se va porque ha tenido enfrente a «muchos talibanes» cómodos con un partido esencialista y le ha faltado un suelo firme desde el que modernizar el PNV. «La gente no estaba preparada», explica.

13 de septiembre. Un día después de su anuncio, Josu Jon comenta en privado que no se siente abandonado a su suerte por Urkullu, por sus silencios. «No tengo ningún reproche de deslealtad que hacerle. Me ha apoyado de principio a fin», enfatiza. Es uno de los tres nacionalistas vizcaínos que, tras conocer sus propósitos, intentan disuadirle. También niega que todo sea una operación a lo 'Felipe González', es decir, irse para volver por aclamación poco después. Pero agrega que no descarta reintegrarse a la actividad política en el futuro, aunque sus partidarios dicen que «nunca» en 2009, como candidato a lehendakari, porque eso le acarrearía una imagen de Maquiavelo que destruiría su activo ético y supondría un «fraude» al electorado.

LAS RELACIONES CON ZAPATERO

El futuro

Urkullu, el presumible nuevo presidente del PNV, también está por la transversalidad, pero no por los mismos motivos que Josu Jon y no se le puede considerar su peón. No tiene un discurso tan depurado políticamente como el de Imaz, sino que se apoya en el pragmatismo: los resultados electorales no dan para más y es necesario el entendimiento con otros partidos. Por eso no cabe esperar un PNV que bascule hacia el soberanismo de Egibar, que ha dado magros beneficios en las urnas. Pero sí se puede atisbar cierto alejamiento de los socialistas, una especie de enfriamiento, porque Urkullu no es Imaz, suena más tradicional, menos innovador. De él, dicen quienes lo conocen, «nunca se podrá esperar que quiera encantar a España».

Además, está el 'factor Ibarretxe', en apariencia fortalecido tras la crisis y con las manos libres para hacer lo que quiera. Urkullu bastante tiene con arreglar el partido, lo que le restará tiempo para parar al lehendakari, cuyos postulados esenciales tampoco comparte.

Y si después de las elecciones generales Ibarretxe sorprende a todos y anuncia que no repetirá, un candidato en la recámara podría ser el portavoz del PNV en el Congreso, Josu Erkoreka.

Hay una segunda derivada de la marcha de Imaz, su impacto en la política del Gobierno de Zapatero. Ambos estuvieron charlando el pasado jueves, «llorándose en el hombro el uno al otro». Imaz no le había dicho nada de forma previa, porque es «muy celoso para los asuntos del partido». El presidente y el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, están enormemente preocupados, convencidos de que la resolución de la crisis del PNV «es trascendental también para el Gobierno de España».

Desde hace diez días había rumores, pero no se lo acababan de creer. Con su salida pierden un aliado fundamental en su planteamiento antiterrorista, que ahora va a explorar las posibilidades de la política penitenciaria. Tanta ha sido la lealtad de Imaz que el PSOE gubernamental se ha sentido atado incluso para iniciar una labor de acercamiento al PP una vez ETA anunció la ruptura de la tregua.

En Madrid estiman a Íñigo Urkullu y confían en que, aun con otro estilo, empuje en la misma dirección que Imaz en la lucha contra ETA, cuyo entorno se ha alegrado públicamente de la marcha de Imaz, una satisfacción que tampoco disimulan Eusko Alkartasuna y Aralar. Eso sí, los socialistas admiten no tener con él la amistad solidificada que existía con Imaz, que mantuvo relación fluida con Rubalcaba incluso en los momentos duros en los que en el País Vasco se libraba la batalla entre nacionalistas y constitucionalistas. Y además el Gobierno está muy inquieto, cada vez más, por la deriva de Ibarretxe.

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